Venezuela: El ataque que sacude el hemisferio
El 3 de septiembre, Estados Unidos lanzó un ataque naval frente a la costa de Venezuela, matando a once individuos que Washington identificó como

Nicolás Maduro

El 3 de septiembre, Estados Unidos lanzó un ataque naval frente a la costa de Venezuela, matando a once individuos que Washington identificó como narcotraficantes. Inmediatamente, el presidente Donald Trump anunció una recompensa de 50 millones de dólares por el presidente Nicolás Maduro y ordenó una oleada naval adicional en la región, presentando la medida como parte de una campaña antinarcóticos. Sin embargo, esta acción oculta una realidad mucho más profunda: es una demostración del regreso de Washington a la coerción militar unilateral en un momento en que el orden internacional liberal enfrenta un gran desorden.

Este ataque no es un episodio aislado; representa una culminación de varias tendencias superpuestas: el colapso interno de Venezuela, la erosión de las restricciones multilaterales sobre el poder estadounidense y el resurgimiento de una cosmovisión que equipara la fuerza con la razón. La situación de Venezuela es en gran medida autoinfligida. Antes un escaparate de prosperidad en América Latina, el país se convirtió en víctima de su dependencia de los hidrocarburos y la mala gestión que llevó a la hiperinflación y la escasez de bienes esenciales.

Las consecuencias humanitarias han sido catastróficas, con más de siete millones de venezolanos que han huido desde 2015, convirtiendo al país en un petroestado en caída libre. La respuesta militar de Trump puede parecer decisiva, pero la historia muestra que el cambio de régimen por la fuerza es una ilusión peligrosa, dejando tras de sí caos y colapso estatal. La guerra asimétrica podría resultar en una insurgencia que solo profundice la crisis actual.

El principio de no intervención, profundamente arraigado en la diplomacia latinoamericana, se opone a esta coerción militar. La Organización de Estados Americanos ha rechazado en numerosas ocasiones el respaldo a cambios de régimen promovidos desde el exterior, para evitar futuras injerencias en la región. Asimismo, el uso de la fuerza por parte de Estados Unidos contrasta con su condena a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, evidenciando una hipocresía en su política exterior.

Estas acciones de Trump no solo representan un ataque a la soberanía venezolana, sino también un desmantelamiento sistemático del internacionalismo liberal. Lo que se vislumbra es un futuro donde la soberanía es negociable y la fuerza se convierte en el argumento principal. En este contexto, Venezuela podría convertirse en el símbolo del fracaso del orden global establecido, delineando un mundo en el que el poder crudo y la impunidad prevalecen sobre las normas y principios que una vez dieron forma a la política internacional.

La situación en Venezuela es una lección sobre las complejidades de la intervención militar y el costo humano de las decisiones políticas en el ámbito internacional.

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