En la capital afgana, en un universo paralelo a la austeridad del régimen talibán, operan clínicas de cirugía estética decoradas con lámparas de araña de cristal falso y sofás de terciopelo, donde reinan el bótox, los rellenos labiales y los trasplantes de cabello.
Se trata de unas 20 clínicas que han prosperado en Kabul desde que terminaron décadas de guerra hace casi un lustro, a pesar de las estrictas reglas teocráticas de las autoridades talibanes y del conservadurismo y pobreza prevalentes en Afganistán.
Médicos extranjeros viajan a Kabul, sobre todo desde Turquía, para entrenar a los afganos, quienes también realizan pasantías en Estambul, y el equipo médico se importa desde Asia o Europa.
En las salas de espera, la clientela suele ser adinerada y a menudo incluye hombres con poco pelo. Pero la mayoría son mujeres, a veces con mucho maquillaje y siempre cubiertas de pies a cabeza, pero es raro verlas con un burka que las tape por completo.
A los 25 años, Silsila Hamidi decidió hacerse un segundo estiramiento facial, convencida de que su piel ha sufrido el estrés de ser mujer en Afganistán. "Aunque otros no puedan vernos, nosotros nos vemos: lucir bellas en el espejo nos da energía", dijo Hamidi, antes de someterse a una cirugía para estirar la parte superior de su rostro, que se le "empezaba a caer".
Bajo el régimen talibán el acceso de las mujeres al empleo ha sido severamente limitado y ya no pueden viajar largas distancias sin un acompañante masculino, no deben alzar la voz fuera del hogar y tienen prohibido el acceso a universidades, parques y gimnasios.
Los salones de belleza y peluquerías están prohibidos, pero las clínicas estéticas no. "Si estuvieran abiertos (…) nuestra piel no estaría en este estado, no necesitaríamos cirugía", opinó Hamidi, quien se sometió a un procedimiento en la parte inferior de su rostro a los 23 años de edad.
Las autoridades talibanes, que por lo general prohíben a la gente alterar sus características físicas de acuerdo con su interpretación de la ley islámica, no respondieron a múltiples solicitudes de comentarios sobre las cirugía estéticas.
Los trasplantes capilares han ganado popularidad desde que los talibanes ordenaron a los hombres dejar crecer sus barbas al menos a la longitud de un puño. Como no todos los clientes son adinerados, algunos "piden dinero prestado para tener cabello antes de su boda", agregó Jan.
Las cifras pueden ser una fortuna para muchos afganos, pero para algunos los tratamientos de bótox cuestan entre 43 y 87 dólares, y los implantes capilares entre 260 y 509 dólares, lo que resulta accesible.
Para atraer nuevos clientes, cada clínica inunda sus páginas en las redes sociales con promesas de belleza: piel lisa, labios gruesos y cabello abundante. Afganistán, como el resto del mundo, no está exento de los "influencers", quienes hacen que muchos pacientes deseen someterse a cirugía impulsados por lo que ven en Instagram.
Aunque el acceso a atención médica básica sigue siendo limitado, algunos optan por invertir en su belleza, incluso cuando están luchando en cuestiones de supervivencia, revelando así las complejas dinámicas sociales que se manifiestan en este contexto.